Renacidos

Te vi clamando ansiosa
dolida, empapando sin importancia
las migajas de luna que cayeron sobre vos.

Te vi llorando toda,
llorando con tu cuerpo de olas,
llorando el mismo llanto,
con tu aliento frío de espuma furiosa.

Te miré y supliqué también
no tener que dejarte nunca,
no tener esta guerra en medio,
solo jugar con tus perlas en la oscuridad.

Y tiró de mis venas ese deseo, lo sentí en la sien.
Y abracé lo posible, lo que me quedaba.
Desconsolada, gritaste de traición.
Desconsolada, pasaste la noche sola,
porque yo di media vuelta, agarrada al engaño,
y te dejé.

Te vi entonces riendo
oí en tu carcajada interminable
la espuma, tu salto de fiera libre.

Te vi aliviada toda,
siendo más feroz que ayer,
siendo más feroz que el sol,
cegando con tu niebla más que él.

Luz blanca, imposible, hilarante,
resoplos de milagro frío.
Perlado tu manto divino de aerosol,
solo tuyo, diosa de la euforia.

El deseo se volvió verdad,
y no deseé nada más.

Yo volví de la misma mano, sin que me esperes,
entramos sin tocar ninguna puerta, fue para tu regocijo.
Yo volví y nos abrazamos, nos abrazaste, en ese tu cuerpo de olas.
Volví entonces como volveré después, para no voltearme nunca más,
para decirte, mi verdad, que te atesoro, que me atesores.

Y no deseé nada más.